Zapata Lerga

Obra Literaria

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Por Qué Escribo

De joven fui  muy lector, pero no me dio por escribir. Sí que escribía poesías (muy malas), pequeñas descripciones, diarios, artículos sueltos, pero nada más. Nadie me había lanzado a escribir.

Cuando comencé a dar clase, leía muchos cuentos y leyendas a los alumnos. En este ambiente comencé a escribir cuentos... para mí mismo, como juego literario. Me animé a leerlos a los alumnos, pero como que eran de un tal “Aldunate” (mi tercer apellido). Se los leía, los comentaban, pero nunca imaginaron que fueran míos.

A lo largo del curso les hacía encuestas para ver el grado de aceptación de las distintas lecturas según les habían “gustado”. Y para mi sorpresa, comprobé repetidamente que los cuentos de aquel “Aldunate” les gustaban. Seguí escribiendo muchos cuentos, pero no me decidía con la novela porque tenía un concepto sacralizado del hecho de ser escritor, como si fuera de una naturaleza especial, unos seres dotados de algo fuera de lo común.

Hasta que un día me dije “si otros escriben, yo también”, y me lancé a continuar algunos de aquellos cuentos hasta convertirlos en pequeñas novelas. Así de sencillo. Pero es que nadie me había dicho que todos podemos ser escritores. No todos  llegaremos a ser grandes creativos, los genios. Pero todos podemos plasmar aquella anécdota de la infancia, recordar aquel primer amor, aquella romería tan señalada, aquella aventura que me marcó, facetas de nuestra vida, etc. La perfección, el dominio, la literatura vendrá luego, pero la mayoría puede llegar a expresar unos pensamientos con orden y coherencia.

Para escribir hacen falta tres premisas: querer decir algo, tener fantasía y el vocabulario necesario. Yo tenía estos tres elementos, pero no me había dado cuenta, nadie me los había sabido mostrar.

Comencé a  escribir con regularidad cerca de los treinta años (a publicar mucho más tarde).

Escribo para encontrarme a mí mismo, para echar fuera mis diablos, para hacer trabajar la fantasía creadora, para situarme en la vida, para sentirme bien en el acto creador, por más que, a veces, sea duro.

Y desde hace años me compensa de sobra la sonrisa de niños y adolescentes. Nunca había imaginado que fuera tan gratificante escribir para estas edades donde no existe doble fondo, intereses comerciales o extralectores. Los ojos embelesados de un niño, que no deslinda lo real de lo imaginario, que ves que ha gozado leyendo, que te hace preguntas limpias y fantásticas compensa y recompensa. La infancia es la etapa más importante en la vida del hombre, porque le conforma su ser. Los países que cuidan la infancia y juventud en sus distintos aspectos son los que tendrán un futuro mejor.

Escribir es arte sublime porque construyes con la palabra, que es la expresión del pensamiento, y si, además, intentas  hacerlo de forma artística, creando, plasmando belleza.  Muy pocas veces lo logro, pero lo intento siempre.

Y me satisface saber, con los libros ya publicados, que he arrancado muchas sonrisas, que he contribuido a elaborar muchos sueños, a despertar muchas fantasías... y que más de uno se ha hecho lector habiendo disfrutado con mis libros. No pido más.